Etiquetas: henrik ibsen, un enemigo del pueblo.
ALCALDE.—Sí, como médico del balneario. Yo me vería obligado a pedirlo inmediatamente.
STOCKMANN.—¿Pero se atreverían a eso?
ALCALDE.—Tú mismo nos obligas.
PETRA.—¡Tío, un comportamiento semejante con un hombre como mi padre es indigno!
JUANA.—¡Petra!
ALCALDE. (Mirando despreciativamente a Petra.)
—¡Oh, ya te permites expresar tu opinión! ¡Claro, es normal! (A Juana.) Cuñada, usted es probablemente la persona más razonable de la casa. Emplee todo su influjo para hacerle entender a su marido las consecuencias que le puede traer su rebelión, así como para su familia…
STOCKMANN.—De mi familia no tiene que ocuparse nadie más que yo.
ALCALDE.—Así como para su familia, digo, como para nuestra ciudad.
STOCKMANN.—Yo, sólo yo pretendo el bien de la ciudad. Quiero descubrir los vicios que tarde o temprano tendrían que salir a la luz. Ya verán cuál de los dos es el que ama verdaderamente a su ciudad.
ALCALDE.—Tú, que en tu ciega porfía quieres cegar su fuente de vida más importante.
STOCKMANN.—¡Pero, hombre, si esa fuente está envenenada! ¡Es que no estás en tu juicio! ¡Estamos comerciando con inmundicia! ¡Ésa es nuestra fuente! Toda la prosperidad de nuestra vida social se alimenta de esa farsa.
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